La fría muerte no tiene conciencia, no juzga, no acusa, no
enjuicia. Esa fría muerte que encontró a Videla solo en la celda, no habrá
sabido quién era ese anciano, que hizo, ni porqué estaba tan solo, ni porqué
vivió tanto. 87 años es mucho tiempo para un asesino. Pero le duró la vida lo
necesario para que lo alcanzara la justicia, y eso es suficiente.
No me duele la muerte de Videla ni el dolor de sus viudas,
me duelen los asesinos sueltos, los que lo reivindican, los que lo perdonan.
Este país es mejor desde la condena a Videla, este mundo no
es mejor desde la muerte de Videla. Es sólo un asesino menos, muerto con sus
secretos, sus silencios, sus ideas.
La muerte no nos cobra nada, pero tampoco nos devuelve nada.
No es justa ni injusta.
Sólo espero que si hay alma, si hay cielo, cuando llegue la
de este muerto, en un cartel escrito a mano con carbón diga: los genocidas no entran
al cielo y Dios ha muerto hace tiempo.
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