Hay esos días en que uno no se siente tan incómodo en el
planeta tierra, hay esos días en que una sutil sonrisa nos acompaña al trabajo,
aunque sea una ofensa contra los explotados, porque hay pequeñas batallas
ganadas que nos indican que en este continente que es América Latina, todavía
hay resistencia, hay lucha y, a veces, justicia.
Ricardo, a quién los cajetillas de mi barrio le llaman el
guatemalteco, todavía recuerda a pesar de haber bandeado la barrera de los 40,
cuando allá en la sierra, jugando en la plaza, vio como una extensa columna del
ejército
avanzaba hacia el pequeño poblado donde vivía. Yo soy blanquito, me
dice, aunque no lo es, soy mestizo, aclara, y con otras dos niñas que sí eran
bien rubiecitas, nos ponían al frente de la fila en la escuela, y atrás todos
los morochos. Eran todos mayas, y nosotros los tres blanquitos, mestizos. Después
me di cuenta de que por eso nos ponían adelante. Pero yo no entendía nada, y
siempre quería jugar con los otros niños, que hablaban en su idioma, y casi no
se juntaban con migo. Mi abuelo me llevaba a la plaza y ahí me juntaba con los
otros. Tenía como nueve años y estaba jugando con un niño que habrá tenido
siete, cuando vimos al ejército. El empezó a temblar, no podía hablar, y cuando
reaccionó salió corriendo, yo lo seguí para calmarlo, cuando lo pude agarrar le
dije, son los del ejército, vienen a protegernos de la guerrilla. Él se soltó
como pudo y me dijo, nos van a matar a todos, huyó y lo perdí de vista. Nunca me
olvido de eso, dice con tristeza. Quien haya visto el espanto atravesando el
rostro de un gurisito, sabe que eso no se olvida así nomás.
El viernes, contra todos los presagios, la justicia de
Guatemala condenó a 80 años de prisión a José Efraín Ríos Montt, ex dictador de
ese país durante 1982 y 1983, por el delito de genocidio. Es la primera vez en
la historia de América que se condena a un genocida. En ese breve tiempo, esta
lacra y todos sus camaradas, entrenados en la nefasta Escuela de las Américas,
identificaron al enemigo interno, Doctrina de Seguridad Nacional mediante, con
el pueblo Maya Ixil, que habita principalmente en la zona centro-norte de
Guatemala. Un pueblo con 3 mil años de civilización, un pueblo de agricultores,
un pueblo de artistas. Allí soltaron sus asesinos entrenados para el crimen por
Estados Unidos. Masacraron a 1771 personas, delante de sus familiares,
aplicaron torturas que aún para nosotros, los argentinos que también vivimos un
genocidio, nos parecen inconcebibles. Atacaron poblaciones civiles desarmadas,
con armamento y helicópteros provistos por Estados Unidos vía Israel. Ejecutaron
un genocidio cuya crueldad dejó secuelas imborrables en ese pueblo. Pero llegó
la justicia, aunque se queda corta, aunque condenó un hecho puntual, llegó y
eso es una bendición para las víctimas. Lo que la ONU, menciona con un cruel
eufemismo como enfrentamiento interno, costó la vida de 200 mil personas en ese
país de Centroamérica. La misma ONU, que le soltó la mano a Jaco Harbenz, para
que la oligarquía y su brazo armado desangraran a un país donde el 3% de la población
concentra el 70% de la tierra, donde el índice de pobreza es del 80% y el 60%
de la población que es Maya, padece un 70% de desnutrición. Son sólo
indicadores que se resumen diciendo que Guatemala es un gran dolor para América
Latina, y a su vez un espejo nítido y cruel donde mirarnos. Esa es la historia
de nuestra América, mucho más real que cualquier índice.
Asesinaron de la forma más cruel a niños, ancianos, mujeres
y hombres. Aplicaron el terror y la violación sexual de forma sistemática, se
ensañaron con la semilla, asesinando a mujeres embarazadas y a bebés recién
nacidos.
Pero hubo justicia, en una pequeña dosis, pero cuando el
dolor es tan grande, calma. Y cuando escuché la sentencia, me emocioné a pesar
de no conocer ese país, que es tan América, que es tan historia viva de nuestro
pueblo, y quise abrazar a Rigoberta Menchú, a la distancia, besarle ese rostro
curtido y con una caricia aplacarle el dolor de la crueldad, el cansancio de
una lucha inabarcable. Decirle que la quiero mucho más que a ciertos
compatriotas y que se merece mucho más que un premio Nobel, que avergonzó al
presidente de Guatemala y lo llevó a decir que cómo le iban a dar un premio a
una india guerrillera. Así hablan, así siguen hablando la xenofobia, el racismo
y la violencia de género que nos inocularon los europeos con el sarampión, la
viruela y la sífilis. Es cierto Rigoberta, desde que a ese premio también se lo
dieron a Obama, a vos te queda chico, muy chico.
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