A máxima la entronizan hoy y una cholula pancarta describe
la mediocridad de algunos, de los que no quieren que sigamos, de los que
esperan que tiremos la toalla: “los sueños se cumplen”, dice, y yo recuerdo,
bah, es una forma de decir. Mi cerebro tiene ciertos recovecos donde el
recuerdo se pierde, se hace nebuloso, un territorio inestable muy similar a la
fantasía, del cual emergen imágenes vívidas, emociones reales que no puedo ubicar
eficientemente en una línea temporal; fechar, datar, no es para mí, mi cerebro
incompleto no me lo permite, pero aún así recuerdo, en la ENET Nº1, donde los
padres peronchos mandan a sus hijos para que aprendan a trabajar y se hagan
hombres, llegó un compañero nuevo, petisito, fachero, blanquito. Candidato al
odio, digamos. No lo bancábamos de entrada, le decíamos conan, porque su
apellido es Kohner y por su contextura física. Y tampoco bancábamos la hora de
historia, realmente era un embole, como suele seguir siendo en la escuela secundaria,
ese espacio de nuestras vidas donde vamos a perder el tiempo y a hacer amigos. Entonces
sucedió lo inesperado, el nuevo, empezó a los gritos, no recuerdo las palabras,
pero sí la acción, se paró del banco, le gritó a la vieja de historia que nadie
quería, se fue del aula o tal vez la profesora lo mandó a la dirección, ya
saben, mi memoria. Ese día nos cayó bien el nuevo, nos hicimos amigos, fue
parte del grupo. Charlatán, divertido, arrogante y atorrante, es decir,
entrañable. Nos separamos, crecimos. Vaya a saber porqué llegué a la facultad
de Comunicación Social, hice amigos, descubrí el horro: la dictadura de 1976.
No podía comprenderlo, me sentí engañado, en mi familia nunca me habían hablado
de eso. Todos peronistas, varios militantes, todos mentirosos? Me obsesioné con
eso, me parecía irreal semejante horro en una sociedad que hasta ese momento era
mi hogar, era ese espacio en el que yo quería ser incluido, querido. Mi amigo Lucas
me prestó Recuerdo de la muerte, de Miguel Bonasso, y lo leí tres veces
seguidas, como queriendo encontrar el truco, el final donde aclaraba que eso
era una novela más, una ficción genial y no una realidad inabarcable. Lucas me
prestó muchos libros más, el horro era cierto, las pesadillas también se
cumplen. Mi familia, preocupada por mis preguntas y mi vertiginoso izquierdizamiento,
tomó una medida preventiva, comenzar a hablar, para prevenirme y alejarme. Yo
que creía que nunca había escuchado hablar del tema, recordé que el nuevo de la
ENET, ese del que nos hicimos amigos después del episodio de la clase de
historia, hablaba de la dictadura, de las muertes, de esa terrible verdad que
se la gritó a la vieja de historia y luego se retiró o lo echaron de clase. No
recuerdo las palabras, eso ya lo dije? Pero Juan Kohner, hablaba de eso, que
acá había habido un genocidio mientras a nosotros nos embrutecían con la
historia de los próceres liberales, nos aburrían hasta el hartazgo para que
nunca nos interesase la historia y no confundiéramos libertad con libertinaje. Creo
que esas eran las dos enseñanzas principales de la secundaria en aquél momento.
Mi familia preocupada comenzó a hablar del horror: mi abuela
fue militante durante la resistencia peronista, hizo peronistas a sus hijos,
ellos se hicieron militantes, mi padrino, que me dijo, soy anarcoperonista de
corte trotskista, y para mí hubiese sido más comprensible que me dijera que los
baobabs del asteroide B-612 sólo florecen en julio pero cada tres años, comenzó
a prestarme libros. Me contó que fue militante del movimiento de curas villeros
en Buenos Aires, delegado gremial de una fábrica, que lloró cuando lo mataron
al padre Mujica, y cuando la mano se puso jodida se tomó el raje, estuvo
escondido un tiempo en Paraná y después siguió con la militancia. Me enteré de
cómo los milicos destruían una y otra vez el monolito que construían en la
esquina del barrio, para poner ahí un mástil con bandera, y cómo, como en los
cuentos de apariciones, volvían a reconstruirlo de noche, entre los vecinos,
cada uno ponía unos ladrillos, un poco de arena, un poco de cemento, y casi
todos eran albañiles. Descubrí un mundo nuevo, de luchas silenciosas, de miedos
y reuniones a oscuras, apasionante. Obvio, me izquierdicé más aún, me hice
militante, trabajé en algunos medios por poco o nada. Formé parte de un grupo
con el que trajimos a Hebe. Conocí a las Madres, se hizo la luz, comprendí
muchas cosas, a pesar del horror. Siempre en todo ese proceso me acordaba de
Juan Kohner, los dos de una escuela técnica. Él se hizo actor y muy bueno; yo
estudio el profesorado de historia, ambos tenemos un hijo y seguimos militando.
Hoy, cuando la marcha de las madres en la Plaza de Mayo, cumplen 36 años,
cuando ya Hebe está en el corazón de muchos argentinos, ese extraño
comportamiento que tiene mi cerebro con los recuerdos, me trajo todo esto al
presente. Como si Juan Kohner le volviera a gritar a la vieja de hostoria que
acá hubo desaparecidos, tortura, muerte; como si nuevamente conociera por
primera vez a Hebe, mi reina.
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