martes, 30 de abril de 2013

Mi reina




A máxima la entronizan hoy y una cholula pancarta describe la mediocridad de algunos, de los que no quieren que sigamos, de los que esperan que tiremos la toalla: “los sueños se cumplen”, dice, y yo recuerdo, bah, es una forma de decir. Mi cerebro tiene ciertos recovecos donde el recuerdo se pierde, se hace nebuloso, un territorio inestable muy similar a la fantasía, del cual emergen imágenes vívidas, emociones reales que no puedo ubicar eficientemente en una línea temporal; fechar, datar, no es para mí, mi cerebro incompleto no me lo permite, pero aún así recuerdo, en la ENET Nº1, donde los padres peronchos mandan a sus hijos para que aprendan a trabajar y se hagan hombres, llegó un compañero nuevo, petisito, fachero, blanquito. Candidato al odio, digamos. No lo bancábamos de entrada, le decíamos conan, porque su 

apellido es Kohner y por su contextura física. Y tampoco bancábamos la hora de historia, realmente era un embole, como suele seguir siendo en la escuela secundaria, ese espacio de nuestras vidas donde vamos a perder el tiempo y a hacer amigos. Entonces sucedió lo inesperado, el nuevo, empezó a los gritos, no recuerdo las palabras, pero sí la acción, se paró del banco, le gritó a la vieja de historia que nadie quería, se fue del aula o tal vez la profesora lo mandó a la dirección, ya saben, mi memoria. Ese día nos cayó bien el nuevo, nos hicimos amigos, fue parte del grupo. Charlatán, divertido, arrogante y atorrante, es decir, entrañable. Nos separamos, crecimos. Vaya a saber porqué llegué a la facultad de Comunicación Social, hice amigos, descubrí el horro: la dictadura de 1976. No podía comprenderlo, me sentí engañado, en mi familia nunca me habían hablado de eso. Todos peronistas, varios militantes, todos mentirosos? Me obsesioné con eso, me parecía irreal semejante horro en una sociedad que hasta ese momento era mi hogar, era ese espacio en el que yo quería ser incluido, querido. Mi amigo Lucas me prestó Recuerdo de la muerte, de Miguel Bonasso, y lo leí tres veces seguidas, como queriendo encontrar el truco, el final donde aclaraba que eso era una novela más, una ficción genial y no una realidad inabarcable. Lucas me prestó muchos libros más, el horro era cierto, las pesadillas también se cumplen. Mi familia, preocupada por mis preguntas y mi vertiginoso izquierdizamiento, tomó una medida preventiva, comenzar a hablar, para prevenirme y alejarme. Yo que creía que nunca había escuchado hablar del tema, recordé que el nuevo de la ENET, ese del que nos hicimos amigos después del episodio de la clase de historia, hablaba de la dictadura, de las muertes, de esa terrible verdad que se la gritó a la vieja de historia y luego se retiró o lo echaron de clase. No recuerdo las palabras, eso ya lo dije? Pero Juan Kohner, hablaba de eso, que acá había habido un genocidio mientras a nosotros nos embrutecían con la historia de los próceres liberales, nos aburrían hasta el hartazgo para que nunca nos interesase la historia y no confundiéramos libertad con libertinaje. Creo que esas eran las dos enseñanzas principales de la secundaria en aquél momento.
Mi familia preocupada comenzó a hablar del horror: mi abuela fue militante durante la resistencia peronista, hizo peronistas a sus hijos, ellos se hicieron militantes, mi padrino, que me dijo, soy anarcoperonista de corte trotskista, y para mí hubiese sido más comprensible que me dijera que los baobabs del asteroide B-612 sólo florecen en julio pero cada tres años, comenzó a prestarme libros. Me contó que fue militante del movimiento de curas villeros en Buenos Aires, delegado gremial de una fábrica, que lloró cuando lo mataron al padre Mujica, y cuando la mano se puso jodida se tomó el raje, estuvo escondido un tiempo en Paraná y después siguió con la militancia. Me enteré de cómo los milicos destruían una y otra vez el monolito que construían en la esquina del barrio, para poner ahí un mástil con bandera, y cómo, como en los cuentos de apariciones, volvían a reconstruirlo de noche, entre los vecinos, cada uno ponía unos ladrillos, un poco de arena, un poco de cemento, y casi todos eran albañiles. Descubrí un mundo nuevo, de luchas silenciosas, de miedos y reuniones a oscuras, apasionante. Obvio, me izquierdicé más aún, me hice militante, trabajé en algunos medios por poco o nada. Formé parte de un grupo con el que trajimos a Hebe. Conocí a las Madres, se hizo la luz, comprendí muchas cosas, a pesar del horror. Siempre en todo ese proceso me acordaba de Juan Kohner, los dos de una escuela técnica. Él se hizo actor y muy bueno; yo estudio el profesorado de historia, ambos tenemos un hijo y seguimos militando. Hoy, cuando la marcha de las madres en la Plaza de Mayo, cumplen 36 años, cuando ya Hebe está en el corazón de muchos argentinos, ese extraño comportamiento que tiene mi cerebro con los recuerdos, me trajo todo esto al presente. Como si Juan Kohner le volviera a gritar a la vieja de hostoria que acá hubo desaparecidos, tortura, muerte; como si nuevamente conociera por primera vez a Hebe, mi reina. 

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