Es difícil acostumbrarme a la idea de haberme convertido, en
no mucho tiempo, en un traidor a la Patria, un comprado o un vendido, un oscuro
y corrupto ladrón, que vive a costa de los demás, se regodea mirando el fútbol
que paga el hambre de nuestros abuelos, se dedica a fornicar para amarrocar
fortunas que el Estado despilfarra para sostener mi ociosa existencia:
acostumbrarme a que mi voluntad y libertad no valen mucho más que un choripan,
una caja de vino y un poco de droga. No, no es fácil aceptar que las Madres y
Abuelas, los HIJOS y los nietos fueron cooptados por una dictadura disfrazada
de democracia que, por mera y fascista propaganda política, llevó al banquillo
y luego a la cárcel a los genocidas de la última dictadura. Es duro aceptar que
nuestro voto no fue sincero, ni inteligente, ni nada, que valen mucho más 23
puntos de raitin que 43% de votos.
Es difícil hacerse a la idea que mis vecinos, mis conocidos,
mis amigos hayan tenido hijos sólo para vivir sin trabajar. Es difícil,
doloroso y peligroso aceptar todo eso.
Las declaraciones de Laura Alonso, Lilita Carrió, Oscar
Aguad, y todo el arco del ahora redivivo grupo 18A, operan sobre un fenómeno
social que investigaron los de la Escuela de Frankfurt, que eran tipos re
aburridos, iban a los cines y te cagaban la película diciéndote que eso era
mierda capitalista, no te dejaban tomar una cerveza tranquilo después del
laburo y esas cosas. Eran unos amargos, diría el camarada Durán Barba.
Decía, la Escuela de Frankfurt, dijo cosas muy importantes,
entre ellas estudió cómo opera la estigmatización de un determinado grupo en
las sociedades contemporáneas, basándose en la trágica experiencia del nazismo
en Alemania. Con su inherente cuota autoritaria y racista, la estigmatización
construye una imagen deshumanizada del otro, lo transforma en una amenaza para
quienes no forman parte de ese otro. La estigmatización del pueblo hebreo
antecedió el holocausto nazi. Sin bandearme y terminar borracho y a los abrazos
con Carrió, de lo que se trata con la estigmatización del 43%, el kirchnerismo,
el peronismo, o como se le quiera llamar, es de deslegitimar el voto. Construír
un abstracto donde quepa toda la mierda de esta sociedad, tirárselo por la
cabeza a un determinado grupo social, y con eso deslegitimar incluso las
acciones de los sujetos individuales de ese grupo. Deslegitimar ese grupo,
tiene por objetivo deslegitimar el voto democrático de ese grupo o sector
social, y por lo tanto socavar la legitimidad de quien ejerce el poder a partir
de la elección democrática. Decir que sus acciones son autoritarias y el
ejercicio del poder que detenta proviene de una matriz impura. De ahí el
peligro.
Plantear tácitamente que el reitin equipara la voluntad
popular, hablar en contra de una supuesta y ridícula dictadura del voto, es una
pelotudéz, pero trata de subvertir un orden que no estaría favoreciendo a
quienes no logran hacerse del poder en elecciones democráticas. En ese caso tal
vez tenga razón Laura Alonso, y este proyecto nacional y popular haya
traicionado al ser nacional, que hoy debe estar llorando en un rincón. Haya traicionado
ciertos principios establecidos por la dictadura, para el retorno a la
democracia: podemos pensar, principios que aburguesaban plenamente a los
partidos políticos y los convertían en sustento de los objetivos de la economía
trasnacional. Tal vez por eso, para Busti, el kirchnerismo es la deformación
trágica del peronismo, y antes, el peronismo, fue el hecho maldito de la
burguesía.
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