Tengo un recreo y salgo a la plaza, donde los manifestantes
comienzan a reunirse, algunos jóvenes, muchos pasan los 50, varios largamente.
Para mí son gente extraña, no conozco a nadie, hablan con una tonada extraña,
van bien vestidos, no llegan en cole. Hay cacerolas, pocas, la mayoría tiene
otros objetos para hacer ruido. Es cierto que en gran parte, son la misma clase
media junto a la que cantábamos “piquete y cacerola, la lucha es una sola”,
pero cuanto tiempo ha pasado desde aquél primer amor, y cuanto se adapta a ese
fenómeno la frase que dice, la clase media cuando está mal vota bien y cuando
está bien vota mal. Es cierto, la clase media, está bien, está mejor, se
amplió. Nosotros, mi familia, mis amigos, también estamos mejor. Doy una
vuelta
entre esa gente extraña, movida por ajenos motivos y vuelvo a clase.
Cuando termina la clase, la plaza está ocupada en un tercio,
eso es mucha gente para Paraná. No cortan el tránsito pero lo dificultan, lo
hacen lento, y copan toda la zona de la parada del cole, así que tengo que
caminar hasta otra plaza, hasta otra garita, y atravieso el grupo de
manifestantes, nadie conocido, de nuevo, gente extraña, que hace ruido, no hay
muchas ni grandes consignas, es todo un tanto difuso. Tampoco veo dirigentes
políticos, ahora me entero que sí los hubo, y entre ellos, uno de los
principales responsables de las muertes de Romina Ituraín, Eloisa Paniagua y
José Daniel Rodríguez, durante las manifestaciones de diciembre de 2001, aún
impunes, Enrique Carbó. Es todo un
símbolo su presencia, que se hace complejo si sumamos a esa convocatoria a
Proyecto Sur, la CCC, el PCR, para ellos, claro. En aquellos tiempos, de las
marchas, piquetes y manifestaciones frente a supermercados, donde no nos preocupábamos
tanto por ver cómo íbamos vestidos, sino porque la policía no nos alcanzara con
sus balas, por llevar limón para el gas lacrimógeno, saber de donde
abastecernos de piedras, tener en cuenta cual era el salvoconducto para la
huida cuando se armara el despelote, y no caer presos porque ahí ligabas, sí o
sí; en aquellos tiempos, el asesino de Enrique Carbó, no estaba de espaldas a
la Casa Gris, con sus correligionarios, si no que estaba adentro, tomando mates
con bombilla de plata, y un hermoso mate, también enchapado, de espaldas al
pueblo, con sus correligionarios. En la calle moría el pueblo. En esas marchas
siempre encontraba conocidos, amigos, bah, casi todos eran conocidos. Esta
historia la he contado mil veces, porque me estoy volviendo viejo, pero también
porque es una gran historia para mí. Es raro, pero la recuerdo, a pesar de la
pobreza, la muerte, la violencia, la indignación, como una de las épocas más
bellas de mi juventud.
Podría hablar de la falsa conciencia, de la fragmentación y
reconfiguración de los partidos políticos, de la ausencia de representatividad
en la oposición, pero me aburre. Sólo un dato, más: es patético tener que
destacar que sólo hubo dos heridos, dos agresiones a periodistas. Pero es todo
un dato del cambio de época. Antes los heridos, y los muertos, estaban de este
lado, ahora también, sólo que no son víctimas de la brutal represión policial
de Montiel, De la Rúa, o de los perros de caza de Duhalde, si no de los propios
manifestantes.
Cuando ya estoy terminando de atravesar el bullanguero y
variopinto grupo, escucho que me hablan, me vuelvo sin temor, pero previendo
una agresión, mascullando una respuesta que frene la furia, pero es un
conocido. De los amigos virtuales opositores que tengo en facebook, es el más
sensato, pero participa del 18A, claro. Hablamos sobre la cantidad de gente que
hay, y sobre la ausencia de liderazgos que logren representarlos. Le digo que
el radicalismo está haciendo los deberes, tiene estructura, militantes y por lo
tanto chances de constituirse en un polo opositor a futuro. No le parece. Le
hablo de Binner, que sólo quedará en una aventura provincial y está de acuerdo
con migo. Me cuenta que, antes de que Néstor fuese presidente, lo conoció y le
pareció sobrador, en cambio con Cristina se saludaron, se sacaron fotos y
cantaron la marcha. Se autodefine como un peronista disidente. Entonces estás
entusiasmado con que Scioli se corte sólo y enfrente a Cristina, le digo. No te
hagas ilusiones, le advierto, es un flan, no le da el cuero. El me responde que
si en 2015, en el cuarto oscuro están las boletas de Scioli y de Cristina, con
los ojos cerrados, pongo la de Cristina en el sobre. Me hace reir, me despido
con un abrazo, y apuro el paso a la parada del cole, como saben, vivo lejos de
la ciudad, pero ese ya es otro cuento.
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