miércoles, 3 de abril de 2013

Fuego amigo


Suele suceder, en el fragor de una batalla, algunos caen producto de lo que se denomina fuego amigo, es decir, bajo las balas que no son del enemigo.

Durante el programa del lunes de 678, Félix Crous basó su explicación del intento de homicidio perpetrado por un productor agropecuario contra cuatro empleados de la AFIP en Villa Elisa, en una supuesta matriz violenta de nosotros, los entrerrianos, como si los porteños no fuesen los autores históricos de las más crueles matanzas, como si en el interior – para utilizar un término bien puertocéntrico – tuviésemos los mismos índices de asesinato que la capital, o tuviésemos, como ellos, la capacidad de difundir mensajes a escala nacional que, a veces, incitan a la violencia. Entonces, los kirchneristas de acá, que aportamos un nada desdeñable caudal de votos al proyecto nacional y popular, recibimos una descarga de fuego amigo: los entrerrianos, todos violentos, todos brutos, todos corruptos. Y salió el gobernador, vía telefónica, a aclarar un poco las cosas, los entrerrianos, no somos todos violentos, claro; Crous estaba siendo un tanto injusto y parcial, más vale; recibió un poco de fuego amigo, de Urribarri.
No es la primera vez, ni el único caso, en que los entrerrianos recibimos una ráfaga de fuego amigo. Hace poco, cuando se realizó la excepcional jornada de capacitación política con que GESTAR inició el año, en Entre Ríos, Diego Bossio, nos explicó que los caudillos luchaban por intereses personales. ¿Que hacíamos entonces reivindicando a un caudillazo como Artigas? En ese momento, el auditorio aplaudió, Bossio es un cuadro político, que duda cabe, y Urribarri no dijo nada. La naturaleza de los caudillos y de las causas que reivindicaron, no es un tema que pueda saldarse así no más, menos si el que polemiza enfrente es un porteño. Tómese el calificativo porteño como una categoría ideológica y no un gentilicio. ¿Alguien podría dudar de la porteñidad del sanjuanino Sarmiento? La complejidad de la guerra civil más prolongada que vivió nuestro país, antes de transformarse en una nación liberal subordinada a las potencias mundiales, es un barro en el que hay que hundirse y saber que de ahí se sale embarrado. Cualquier simplificación es errónea. Por eso, tranquilos, el Dorrego seguirá existiendo y Alejandro Ricciardino seguirá con sus cursos, pero lo dicotomía seguirá existiendo. Porque es esa sabia y terrible dicotomía articulada por Sarmiento, la que sigue iluminando el lugar, la que tal vez sea el basamento más firme de nuestra cultura. Dicotomía que el artista plástico y – esta es una propuesta absolutamente personal – pensador peronista, propone superar a través de una tercera posición, que sería apropiarnos de ese otro que está enfrente y a su vez nos representa, y hablar de civilización y barbarie. Esa dicotomía opera como herramienta de comprensión mucho más en el puerto que en las provincias, porque fue justamente engendrada desde el puerto contra las provincias, y de esa manera, hasta sin quererlo, comprenden la realidad los porteños como Crous o Bossio.   

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