Suele suceder, en el fragor de una batalla, algunos caen
producto de lo que se denomina fuego amigo, es decir, bajo las balas que no son
del enemigo.
Durante el programa del lunes de 678, Félix Crous basó su
explicación del intento de homicidio perpetrado por un productor agropecuario
contra cuatro empleados de la AFIP en Villa Elisa, en una supuesta matriz
violenta de nosotros, los entrerrianos, como si los porteños no fuesen los
autores históricos de las más crueles matanzas, como si en el interior – para
utilizar un término bien puertocéntrico – tuviésemos los mismos índices de
asesinato que la capital, o tuviésemos, como ellos, la capacidad de difundir
mensajes a escala nacional que, a veces, incitan a la violencia. Entonces, los
kirchneristas de acá, que aportamos un nada desdeñable caudal de votos al
proyecto nacional y popular, recibimos una descarga de fuego amigo: los
entrerrianos, todos violentos, todos brutos, todos corruptos. Y salió el
gobernador, vía telefónica, a aclarar un poco las cosas, los entrerrianos, no
somos todos violentos, claro; Crous estaba siendo un tanto injusto y parcial, más
vale; recibió un poco de fuego amigo, de Urribarri.
No es la primera vez, ni el único caso, en que los
entrerrianos recibimos una ráfaga de fuego amigo. Hace poco, cuando se realizó
la excepcional jornada de capacitación política con que GESTAR inició el año,
en Entre Ríos, Diego Bossio, nos explicó que los caudillos luchaban por
intereses personales. ¿Que hacíamos entonces reivindicando a un caudillazo como
Artigas? En ese momento, el auditorio aplaudió, Bossio es un cuadro político,
que duda cabe, y Urribarri no dijo nada. La naturaleza de los caudillos y de
las causas que reivindicaron, no es un tema que pueda saldarse así no más,
menos si el que polemiza enfrente es un porteño. Tómese el calificativo porteño
como una categoría ideológica y no un gentilicio. ¿Alguien podría dudar de la
porteñidad del sanjuanino Sarmiento? La complejidad de la guerra civil más
prolongada que vivió nuestro país, antes de transformarse en una nación liberal
subordinada a las potencias mundiales, es un barro en el que hay que hundirse y
saber que de ahí se sale embarrado. Cualquier simplificación es errónea. Por eso,
tranquilos, el Dorrego seguirá existiendo y Alejandro Ricciardino seguirá con
sus cursos, pero lo dicotomía seguirá existiendo. Porque es esa sabia y
terrible dicotomía articulada por Sarmiento, la que sigue iluminando el lugar,
la que tal vez sea el basamento más firme de nuestra cultura. Dicotomía que el
artista plástico y – esta es una propuesta absolutamente personal – pensador
peronista, propone superar a través de una tercera posición, que sería
apropiarnos de ese otro que está enfrente y a su vez nos representa, y hablar
de civilización y barbarie. Esa dicotomía opera como herramienta de comprensión
mucho más en el puerto que en las provincias, porque fue justamente engendrada
desde el puerto contra las provincias, y de esa manera, hasta sin quererlo,
comprenden la realidad los porteños como Crous o Bossio.
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