Suena raro, pero tener trabajo estable a los 33 años, puede
ser la confirmación del fracaso. Para cualquier persona de edad avanzada o
incluso contemporánea, la planta permanente, la estabilidad laboral, es un
logro, casi una situación a la que quien cumple 20 años aspira, y quien lo
consigue a los
30, celebra. Pero también puede ser una situación angustiante,
casi deprimente, si soñaste mucho.
El logro de la planta permanente, como suele denominarse en
el Estado a la estabilidad laboral definitiva, es todo un presagio: te
convertirás en una planta de manera permanente, indefinida, hasta que te
jubiles, y así terminen tus días. Parado desde aquí, desde mis 33, digo, da vértigo
la inmensidad de tiempo que hay que atravesar, hasta los 65, ponele. Pero 32
años antes, ya sabes donde vas a estar, qué vas a hacer, cuanto vas a cobrar,
todo tiene una medida más o menos precisa y estable en el tiempo. Eso que la
humanidad construyó para salvar la angustia de la contingencia, de lo
inesperado y lo desconocido, apesta. La única salida es la renuncia, pero debe
ser una renuncia racional. Es decir, la única forma de que quienes te rodean
entiendan tu renuncia, no decidan declararte insano, es que vas a un mejor
trabajo, un mejor sueldo, pero pasando los 30, uno no puede dejar un trabajo y
enseguida tomar otro, creo, en ninguna parte del mundo.
Aducir razones existenciales, metafísicas, para renunciar,
en esta sociedad capitalista, te pone a tope en el ranking de pelotudos a
manija, y ni tus hijos entenderán la épica en tu accionar. Así de alienado está
el hombre, no? El trabajo es central, determinante, hasta incluso para la
formación de la identidad de los sujetos, sin embargo, Carlitos Marx, desde su
inefable lucidez nos dice que el trabajo asalariado es lo menos humano de los
humanos, lo menos subjetivo de los sujetos, lo menos interesante de la vida.
Parado en el dintel de la vida, observándola desde el campo
desolador de la muerte, nada tiene mucho sentido, menos el trabajo. Esfuerzo,
sacrificio, frustración, disciplina, encierro, para nunca alcanzar nuestros
sueños, para dejar de perseguirlos, sosteniendo una sociedad para que siga
existiendo cuando dejemos de existir y nos perdamos en el infinito anonimato de
la historia de las sociedades, las civilizaciones, los países.
Para quien creyó que su piso era la cumbre del mundo, su razón
de ser las utopías y los sueños, su destino el de los grandes hombres, lograr
la planta permanente, saber que vas a terminar convertido en un oficinista
gris, de sonrisa fácil, porque es así, cuando uno está en un punto intermedio,
en la apatía total, es muucho más fácil sonreír ante cualquier cosa, aún ante
la nada, conseguir la estabilidad laboral, pasar a ser planta permanente, es
simplemente devastador.
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