miércoles, 7 de agosto de 2013

Menos termas



Los ecologistas me aburren y hay ahí una cuestión de clase, también. Suelen ser personas muy sectarias, parecidas a los vegetarianos o los marxistas ortodoxos, o los católicos homfóbicos y, al igual que estos, tienen una vida bastante más hipócrita que este servidor. Sin embargo yo también estoy en 

contra de las termas y hubiese ido a las marchas de no ser por el trasfondo político opositor de quienes las impulsan y el sectarismo anteriormente mencionado.
Soy de los que entienden que la civilización es la apropiación y la dominación de la naturaleza por el hombre. El retorno idílico de los ecologistas a ese estado puro del hombre en armonía con la naturaleza, sólo existe en las tapas de los panfletos que reparten los testigos de Jehová. Ha sido la transformación del medio, la utilización de ese recurso natural que sin la mirada del hombre no sería nada, lo que incrementó y extendió la vida del hombre, y son las ciudades, ese engendro para nada natural, el mejor lugar para habitar que tenemos los seres humanos. Pero estoy en contra de las termas, repito, y por eso celebro el anuncio de Urribarri, de no avanzar en el tema. Digamos que, sólo un idiota de campaña, puede interpretar esto como un arrugue del gobernador o como un triunfo de la movilización popular. Por un lado porque esto último no es tal, por otro, Urribarri, ya nos tiene acostumbrados a las modificaciones no sustanciales de sus decisiones cuando estas son rechazadas por algún sector de la población. Hay ahí cierta racionalidad y coherencia, pero también pragmatismo y cintura política. La movida le suma más a él porque rompe el cerco en que la oposición pretendía encerrarlo poniendo a los que quieren un mundo feliz de su lado y a los que queremos muerte y destrucción, del otro. Y del otro lado, sólo consolida un grupo minúsculo de burgueses bohemios, que se cierra aún más.
Las termas apestan, no porque modifiquen una supuesta naturaleza virgen, porque ya no la hay, porque nada escapa a la presencia transformadora del hombre, porque ya el paisaje no está determinado por la caprichosa naturaleza, sino porque se emplazan sobre un proyecto turístico de ciudad. En Entre Ríos, más que en otras provincias, aún más turísticas que la nuestra, termas – buenos negocios – turismo, van de la mano. Y una ciudad turística es una ciudad para otros. Se monta sobre la ciudad real un circuito y una fachada irreal de esa ciudad, de la que los ciudadanos son excluidos.
Una ciudad turística se monta excluyendo y segregando, generando espacios de belleza y lujo, no accesible para los vecinos, si no para los visitantes; y a su vez crea y generaliza una imagen bastante pelotuda y humillante de quienes vivimos, justamente, en esa ciudad turística. El paranaense turístico, sería un especie de ñoño apacible, que sabe indicar bien las calles y brindar sus hospitalidad al visitante. Su hospitalidad, su casa, su parque, su mujer. Todos deberíamos convertirnos en festejantes de esos turistas que vienen a ver la ciudad que inventamos y no nos creemos y ni siquiera disfrutamos.
Reprimir y ocultar la pobreza, también es un requisito de la ciudad turística que se monta sobre cierto etnocentrismo a la inversa: el que viene de afuera es mejor.
Por eso, decía, estoy en contra de las termas, porque siempre prefiero una ciudad para los ciudadanos de acá.


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