viernes, 23 de agosto de 2013

La hermana del pizzero



Aunque no es de la hermana del pizzero de la que me acuerdo, precisamente. En realidad, debería decir, la hermana del dueño o la hermana del patrón, queda más anarquista, y más preciso, porque en realidad de lo que me acuerdo es de la hermana – específicamente de su aparato reproductor u órgano sexual – del dueño de la pizzería de la esquina de Ramírez y Urquiza. Porque seguro que no laburás y sos terrible garca.
Bueno, me contaron que negreas bastante, como casi todos los de tu rubro, pero cuando a tu empleado le 

sugerí que te denuncie arrugó y la verdad que no soy gremialista y bastante tengo con mi cobardía como para andar ocupándome de la de otros. Igualmente, deseo que uno de estos días, algunos de los empleados a los que negreas te haga una denuncia en el Ministerio de Trabajo, y te saque una buena torta de guita. Dicho esto, asumo que soy una vieja de mierda, quejosa, resentida y gorda. Y cuando me bajo del colectivo de la línea ocho, cosa que hago bastante seguido, en la garita de la esquina de Urquiza y Ramírez, me acuerdo siempre de tu hermana, y resuelvo que deberías pasar una estadía en su entrepiernas o bajo vientre o como mierda quieras llamarle a la concha de tu hermana.
Antes tenías una pizzería frente a esa esquina, mucho más rasca, pero más romántica. La única vez que fui a comer ahí, estuve tres días con gastroenteritis, pero no es culpa tuya, yo padezco de gastritis crónica, un poco por tragar tanta mierda y bastante por no saber devolverla. Puede que hagas la salsa con cebolla frita o morrón, o que para condimentar uses ají molido, o que utilices la misma salsa durante una semana. Esas son las variadas razones de índole gastronómica por las cuales una comida me puede causar gastroenteritis, sin mencionara los motivos de carácter psicosomático. No es culpa tuya decía. Como tampoco es culpa de tu hermana, que vos seas un forro, pero estaría bueno que a este post lo lea ella y te comente, porque por culpa tuya siempre se me está viniendo a la memora de manera poco decente.
Las cosas cambiaron, te cambiaste de esquina y te pusiste una pizzería a todo orto, justo en la esquina de la garita del ocho. Presa del mismo afán de aparentar de los demás comerciantes, pusiste unos mangos extras a los inspectores de la municipalidad o los coimeaste, para instalar mesas en toda la vereda, hasta ahí una mierda, pero todo bien. Ese tipo de atropellos es a los que uno debe acostumbrarse en cualquier ciudad del mundo, y tal vez, una de las razones de mi gastritis, pero donde la cagaste bien cagada es cuando pusiste esas barandas de caño de metal, rodeando toda la esquina. Está bien, dejaste libre la garita, pero un colectivo urbano tiene más o menos once metros de largo; fácil, entre la puerta delantera y la trasera, hay ocho metros. O sea que cuando el colectivero coloca la puerta de subida, justo frente a la garita, la puerta de atrás, de descenso, queda bloqueada por esa baranda. Como la baranda o cerco perimetral con que adornaste la vereda no tienen más que un objetivo estético de dudoso gusto, calculo que el inspector que te habilitó eso debe ser tan pelotudo como vos. Vos no tenes que saber las medidas de un colectivo, tampoco te importa, pero el inspector sí, debería, o por lo menos tener en cuenta ciertos detalles. Tal vez el pelotudo en cuestión sea peor que vos. Porque a vos lo único que te interesa es juntarla con pala y los demás que se pudran, pero el inspector municipal, se supone, es un servidor público y debe tener en cuenta la ciudadanía del ciudadano, la libre circulación en los espacios públicos, por citar algo. Entonces, o es un corrupto y lo adornaste bien o es un idiota.
Vos imaginate que en Paraná la concesionaria de transporte público de pasajeros con posición monopólica en el mercado tuviera eso que algunos llaman sensibilidad social, compromiso empresario o valorara la palabra empeñada y pusiera en circulación un coche apto para personas discapacitadas: imposible bajarse en tu esquina. Te cuento que hay que dar un rodeo caminando por el estrecho pasillo que queda entre el colectivo y tu baranda, algo imposible para alguien en sillas de ruedas, con muletas e incluso, para un no vidente.
Cuando te va bien, es decir, cuando las mesitas de la vereda están todas ocupadas es peor. Se me ha ocurrido en esos casos, tal vez algún día lo haga, bajar del cole, pasar por encima de la baranda, caminar por encima de las mesas, y bajar a la vereda, que? Me vas a pegar? No sería la primera vez.

Por eso, si sos la hermana del dueño de la pizzería de calle Urquiza y Ramírez, decile a tu hermano que saque esas barandas de mierda. 

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