martes, 5 de febrero de 2013

La nueva oración de la guerra, o cómo leer el mensaje opositor


En el nombre del padre, del hijo, del espíritu santo y de nosotros, tus humildes ciervos

Queremos el progreso individual señor, no compartir nuestras riquezas con ellos, miserables que no han sabido pararse sobre sus pies después de haber sido ultrajados, y ganar honradamente el pan que se les niega desde el comienzo de la historia.
Castígalos a ellos que no supieron ofrecer la otra mejilla y ahora quieren justicia. Oblígalos a bajar la cabeza una vez más, y otra y otra.
Ponlos de rodillas junto a sus familias en el centro mismo de la oscuridad donde los mandamos algún día y no debieron osar volver.
Oblígalos a convivir con sus verdugos, a que los acepten en sus mesas, en sus familias, para que tengan siempre presente que aquí hay quien manda.
Niégales la voz, que otros hablen por ellos, porque sus trémulas voces ofenden nuestros templos y su barrosa piel nubla nuestra claridad que emana de tu luz.
Porque somos tus elegidos, lo fuimos siempre y porque no ahorramos sangre de gaucho para escribirlo en la historia que llega hasta este presente; y porque no ahorramos el oro del que los despojamos para erigir los fastuosos templos en que tus mensajeros habitan.
Lo hicimos para honrarte y pedimos tu bendición para que se la niegues a ellos, que se conformen con lo que les damos y no pidan lo que no les corresponde.
Que acepten mansamente ser objeto de nuestra ira, nuestra lujuria, nuestra avaricia, como fue siempre, para eso los condenamos, que no tengan otra salida más que la que nosotros bondadosamente les proponemos.
Y condena a sus hijos, a la ignorancia, la exclusión y el desprecio, a que se acostumbraron sus padres y sus abuelos, por los siglos de los siglos.
Que ni siquiera imaginen levantar sus renegridas cabezas y acepten su condición. Libranos de las ataduras y danos la libertad para hacer lo que queramos, sin que ningún poder divino o terreno intervenga en su socorro, para eso estamos nosotros y ya veremos lo que les damos.
Y si alguno de ellos osa levantar su testa, mirarnos a los ojos y envidiar nuestra ventura, te rogamos para ellos no la muerte sino la ruinosa vida en esos cementerios para vivos que son nuestras cárceles, nuestros manicomios, nuestros asilos, sus villamiserias.
Sin importar su edad ni género, danos la fuerza para enviarlos hasta el fondo mismo del infierno, donde rogaran la muerte y les será negada, y donde vivan peor que animales y envidien la vida que tienen nuestras amadas mascotas.
Sólo así sabrán entender quien manda y avergonzarse de su pereza, su vagancia y su crimen: el de haber querido ser libres.
Porque somos tus elegidos para gobernar en esta tierra, que es nuestra. Somos tus orgullosos guerreros, manchados de sangre de los infieles. Hoy despojados, mañana nuevamente vencedores. Amén.       

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