martes, 10 de diciembre de 2013

Caos y regresión


Desde que el hiperactivo Jefe de Gabinete, Coqui Capitanich, me informó que a partir de la decisión de combatir el narcotráfico con agua bendita y avemarías yo pasaba a ser una obtusa oveja arriada por un piadoso pastor, comencé a sentirme incómodo. Como que la silla se me hacía demasiado dura y el estar parado me ponía inquieto. 

La protesta policial acompañada de saqueos entreveró las cosas y qué querés que te diga, no me cierra, no me cerró y no me va a cerrar nunca eso de que a los negros hay que meterles bala, que los pobres no tenemos derecho a tener un plasma, ni ningún artículo electrónico. Que si decidimos robar, solo lo hagamos con gallinas, arroz y fideos. Que debemos cancelar el deseo, las ganas, las expectativas y conformarnos con eso de que Jesús también era pobre y que los ricos no van al cielo; mientras, claro, la propaganda nos bombardea con que ser y tener son más o menos la misma cosa, porque en todo caso, es preferible tener a ser. Más la criminalización del kiosquito de acá a la vuelta en nombre de la cruzada contra el narcotráfico.

Me entristece el racismo, la racionalidad racista con que responden algunos que honestamente se consideran no racistas y yo les creo. Compañeros que llegaban al borde mismo de minimizar los muertos nac & pop, frente a los muertos de De la Rúa, Montiel y los otros.

Tal vez estoy quemando algunas naves, pero no desde hoy, no desde ahora. Igual, siempre tengo algún amigo pescador que me arrime con su canoa hasta la próxima tierra firme y cuando el río está picado y la noche sin luna saco la brújula de mis convicciones, sobre su cristal se reflejan los rostros de los que quiero.

La espontaneidad está sobrevalorada en este neoliberalismo posmoderno; claro, se entiende, para el que está del otro lado del mostrador la espontaneidad sirve y mucho. La espontaneidad, la impulsividad, la pasión, el arrojo, son valores en nuestra sociedad, y a su vez son hijas del sentido común. Un sentido común que fue inteligentemente cooptado por la derecha. La duda, la reflexividad, la indeterminación es el patrimonio de los débiles, de los que deben especular para sobrevivir, para zafar de las trampas que teje inclusive el amor.

Es una persona re espontánea, sin filtro, festejan algunos. Y yo en mi rincón de resentido lo lamento, porque el que actúa espontáneamente responde con el modelo, con el esquema que le implantaron desde chiquito para que obedezca, para que responda de manera inequívoca a determinados estímulos que, el Doctor Pablov, ya estudió allá lejos y hace tiempo. La espontaneidad, es lo menos subjetivo, y a su vez, es la contracara de lo racional, de lo reflexivo. Respondemos espontáneamente ante lo que perciben los sentidos, ante lo que está en la superficie, en cuanto nos zambullimos, en cuanto sacamos el ojo de Tondera para ver más allá de lo evidente, perdemos espontaneidad, nos ensombrecemos, nos diluimos en la complejidad.

Es cierto, ante el terror, respondemos desde nuestra parte más animal, mecánica, espontánea. Es justamente eso lo que espera quien ejerce el terror, deshumanizarnos, quitarnos nuestro discernimiento, convertirnos en un rebaño que sólo obedece a los gritos, los chiflidos y el garrote. En una manada espantada, poco importa la vida del otro, corremos todos, bien juntitos es cierto, pero lo hacemos para salvar únicamente nuestra vida. Volver por los heridos en la huida es un acto heroico, romántico, pletórico de amor, y suicida. Pero el suicidio es un acto de racionalidad. Nadie se suicida bajo emoción violenta.

El terror nos somete a su propias reglas: entregar al otro para salvarte vos, matar al otro para sobrevivir, buscar un chivo expiatorio que reconstruya el lazo rotos con dios, con el poder, con el que tiene el poder de matar o dejar vivir.


Reflexionar cuando todo apura, replantearse cuando todo exige una respuesta, dudar cuando todo es a blanco o negro, defender la vida de quien sea cuando se rifa la muerte de algunos, es un acto suicida, pero el más moral y humano de todos los actos.

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