martes, 5 de marzo de 2013

Un día de estos dejo el cigarrillo

Pongo a Serrat, “hoy puede ser un gran día…lalala” canta Juan Manuel, pero no hay caso, nunca es un buen día para dejar un vicio, siempre hay algo que te irrita, te molesta o te agrada para justificar el encendido de un pucho, uno más. Eso de andar queriendo dejar los vicios va con la edad, no? Cuando uno es adolescente, minga que va a dejar. Pero bueno, yo estoy viejo, y panzón, y tengo que dejar de fumar. Tengo muchos vicios, en realidad todo lo que toco se convierte en vicio, incluso cosas que antes no eran consideradas vicios, y tengo que elegir cual dejar, entonces me decido por el cigarrillo, es a mi entender el más nocivo, además, hoy si fumas sos un paria. Ya no se puede fumar ni en los cybers, ni los bares, ni en los lugares públicos cerrados, ni en tu oficina, e incluso hay lugares que hasta en el baño tienen carteles de prohibido fumar.
Para dejar un vicio, primero esta eso de la voluntad, mierda siempre la voluntad, si este mundo, si esta vida fuesen algo bueno no debería existir la voluntad ni el sacrificio, pero para todo hay que hacer un esfuerzo, y para dejar el cigarrillo más todavía. Lo otro es dejar por un tiempo prudencial. Para decir que dejaste verdaderamente un vicio, tienen que pasar por lo menos un mes desde la última vez que consumiste, entonces si volves a consumir es recaída, pero si pasan dos, tres días, una semana y volviste, nunca dejaste.
Me crié en un hogar de fumadores, si me recuerdo junto a mi madre me recuerdo, colgando de un lado, a caballo sobre su cadera, y en la otra mano ella tiene un pucho. Recuerdo que en un tiempo, calculo cuando estaba Alfonsín, ella y mi viejo fabricaban sus cigarrillos, algo muy primitivo hoy. Se hacía con una banderita, le llamaban, que fabricaba mi viejo con un palito y dos hojas de papel, ponían ahí el tabaco y el papel, le daban unas vueltas y salía un cigarrillo perfectamente armado sólo que sin filtro. Nunca entendí como mierda hacían. Soy pésimo armando porros y me hubiese gustado heredar esa destreza. Decía, mi hogar, dulce hogar de viciosos, siempre tenía olor a cigarrillos y a vino. Mi abuela, que siguió fumando a pesar de que le cortaron las dos piernas, hasta su muerte, me curaba con imposición de manos que olían a cigarrillos. Cuando me curaba las llagas de la boca, me quedaba ese gusto picantón y siempre tenía un cigarrillo sobre sus labios. Pero yo he decidido cortar con la tradición familiar y dejar el cigarrillo, hoy no, pero en cualquier momento lo dejo.  

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