Cuando nos
enteramos, con Vero, quisimos venirnos hasta Paraná. No daba para quedarnos
solos en casa. Cuando pasan estas cosas algo te empuja hacia afuera, a la calle,
a los amigos. Nos sorprendió la cantidad de gente en la plaza. Abrí el facebook
desde mi teléfono y ardía en comentarios, fotos, palabras y más palabras. Me
acordé, creo que todos nos acordamos, de cuando murió Néstor. Parece
obsesionada esta puta muerte en dejarnos huérfanos a cada rato, en cada
esquina. Se nos murió el comandante, me envió Lucio en mensajito de texto, y
esas pocas palabras me tocaron el alma, porque es así, sentimos eso, que se nos
murió Chávez, se nos murió a los que seguimos fatigando el sueño de la Patria
Grande, se nos murió a los pobres, a los oprimidos. Lo peor de Chávez no es
haberse muerto, no es Venezuela sin Chávez lo peor, si no que se nos murió a
nosotros, los que buscamos el mínimo destello para armar una esperanza, como se
nos murió Néstor, también. Por eso la angustia, la ansiedad por salir a la
calle y encontrarnos con los amigos a los que también se les murió Chávez. Se
nos murió el mejor fusil de la Patria Grande, le respondí a Lucio,
devolviéndole la emoción. Porque el comandante tenía eso, un ser excepcional,
describió el compañero José Cáceres en su facebook. Él hablaba y a uno se le
ponían los pelos de punta. Es un gran conspirador, y un buen revolucionario
debe ser un gran conspirador, dijo una vez sobre Néstor, cuando ya habían dado
por tierra con el ALCA, ellos dos, y amanecía el ALBA. Y pensé que esas eran
una de las cosas más hermosas que te podían decir, si sos militante. Chávez era
un gran revolucionario. Se dio el gusto de decirle a la cobra fría de
Condoleeza Rice, condolencia, y ya la morocha no pareció tan fría, ni tan
cobra, más bien chistosa, ridícula. Es que Chávez tenía eso de decirle al rey
de España que aquí no se le tiene ningún respeto, y demostró que los gringos
del norte, no sólo no tienen corazón, tampoco tienen huevos y lo único que les
importa es la guita y el petróleo. Ay, esos tipos no nacen todos los días.
Porque decirlo lo dice cualquiera, pero Chávez te lo hacía sentir. Es lo que
más detestaba esta derecha maricona que ahora se regocija diciendo que murió un
dictador. Porque tal vez, Néstor y Cristina, cambiaron mucho más a la Argentina
que Chávez a Venezuela, pero ese moreno tenía una lengua endemoniada que les
hacia picar el lomo a estos cipayos que lo único que pueden hacer es festejar
la muerte. Me hacía acordar a un amigo del barrio, guapo y picante, pero con un
gran corazón, y eso que no lo conocí, pero que importa, después de todo, los
demás no son otra cosa que lo que nosotros queremos que sean. Y queríamos que
Chávez sea inmortal, invencible, y que su lengua no se callara nunca carajo,
que les dijera a todos los hijos de puta del mundo lo hijo de putas y cagones
que son, que acá hay pueblo, que hay proyecto y que estamos de pié, pero llegó
la muerte y ahora tendremos que decirlo nosotros, otra vez, como con Néstor, a
tomar la posta de los grandes. Se nos murió el comandante y tal vez por eso,
después de la plaza, de charlar con los amigos, no quisimos volver a casa con
Vero, no todavía, hoy nos va a parecer más fría y sola.
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