De los miles de localismos que los entrerrianos tenemos y
compartimos con otras provincias, bolacero, es el que más nos identifica. Parecería
ser que somos los únicos, o de los poquísimos, los que más utilizamos ese
termino. Usted dirá que no, que gurí es el que más nos identifica, y puede que
tenga razón, pero si yo compartiera con usted esa mirada, no estaría
escribiendo este post. Así que tenga la delicadeza de no opinar semejante cosa.
Y sigamos.
Un bolacero sería un tipo que está a mitad de camino entre
la mentira y la verdad. Alguien que sin llegar a mentir exagera. Tensa los límites
de lo verosímil sin reventarlos. Cultiva, lejos de García Márquez, el realismo
mágico. Pero un bolacero no es un engaña pichanga, no es un farsante. Principalmente
es un narrador, experto.
Para que la narración del bolacero sea posible, debe haber
una determinada complicidad con el destinatario del bolazo. Un contrato de
lectura, o de escucha mejor dicho. Esta complicidad es similar a la requerida
para jugar al truco. Uno sabe que el otro miente y a la vez sabe que el otro
sabe que uno miente, pero los dos hacen como si se creyeran, porque también está
la verdad mezclada con esas mentiras, ardides y engaños. El buen jugador de
truco, es el que mejor administra las dosis de verdad y mentira que comunica a
su contrincante. Lo mismo el bolacero, sólo que para éste, ganar, para decirlo
de alguna manera, consiste en retrasar lo más posible el inevitable y buscado
remate de parte de su receptor: pero sos bolacero! Hete ahí el punto final del
relato. Relato que debe finalizar en el punto que el bolacero pone, pero que el
otro determina. Allí la sutileza, la capacidad y picardía del bolacero.
Si el otro, el destinatario del mensaje, rechaza el relato a
mitad de narrar, el bolacero fracasa.
El bolacero es todo un artista de la palabra y los gestos,
tal vez desdeñado por la confusión que genera el término que designa su arte. Pero
gran parte de nuestra historia y nuestra cultura oral ha sido transmitida por
grandes bolaceros. A ellos les debemos el esclarecedor saber popular y la magia
por la cual un acontecimiento cotidiano se convierte en un complejo relato
lleno de fantasía y conocimiento.
Como todo historiador, a falta de datos y pruebas concretas,
apelaré a los prejuicios, el determinismo cultural, la imaginación y la lógica
para hacer una breve historización conceptual del término.
No se debe confundir bolacero con boludo, no son sinónimos
para nada. Su confusión yace en el hecho que ambos términos hacen referencia a
bolas. En el caso de boludo, se hace referencia a las bolas propias, cuyo
tamaño nos estaría impidiendo desenvolvernos con delicadeza. En cambio,
bolacero, hace referencia a las bolas que utilizaban nuestros ancestros para
cazar animales veloces o ariscos. A las boleadoras, cotidianamente se les
llamaba bolas. Entonces el bolacero es el que tira bolazos de boleadora. Ahí la
raíz se acerca a mandarle fruta o decir cualquier verdura. Pero se diferencia
en el punto en que el bolacero sabe lo que quiere decir, enmascara, como
maestro de la hipérbole, una realidad. No miente para sacar provecho, si no
para entretener, y para decir una verdad de manera sutil. Una verdad que
perdura porque está oculta, cifrada en códigos de fantasía.
Volviendo a la raíz del término, el bolacero apela a la
suerte porque intuye. Lanza su bolazo a la maraña de patas que en su huída se
multiplican en esa complejidad que es la realidad en movimiento y confía en que
la tómbola de la lógica mecánica le haga que las bolas con su tiento se enreden
en las patas de una verdad que parece siempre en fuga. De esta manera, el
bolacero se plantea y nos plantea la verdad. Como aquello que siempre huye
hacia el horizonte, y a lo que solo podemos aspirar atrapar con suerte,
voluntad, imaginación y la complicidad del otro, que está para espantar la
manda hacia nosotros.
No podemos decir que sólo en nuestras tierras existen
bolaceros, pero sí que aquí es donde su arte fue bautizado de una manera poética,
y por ello, exacta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario