miércoles, 23 de abril de 2014

La magia en que habitas



Realismo mágico es una frase que me incomoda, casi tanto como cuando le dicen “Gabo” a Gabriel García Márquez, personas que apenas lo leyeron. ¿Que Gabo, boludo? no es tu amigo, no te juntas los viernes con él a tomar una cerveza, es uno de los mejores exponentes de la literatura latinoamericana del siglo XX. Esa forma adolescente de banalizar lo importante, de tratar de hacer cotidiano y mundano lo que no lo es, tan propio de los adolescentes y de estos tiempos, donde la soberbia es condenada como un defecto y patrimonio exclusivo de la fuerza y no de la inteligencia, como que festeja lo mediocre.


Decía que realismo mágico me incomoda porque coloca a los relatos que se inscriben en esa especie de caracterización en un lugar fuera de la realidad, cuando de lo que estamos hablando es de otra forma de realidad. Una realidad que fue desplazada de su centro por efecto de la colonización cultural donde la intuición y la percepción fueron reemplazadas por la medición y la certeza. Entonces los hombres creemos más en los instrumentos de medición y observación que la ciencia inventó para ampliar nuestra apropiación del entorno, que en la complejidad de la realidad misma. Es cierto, la ciencia, sus métodos e instrumentos, nos ayudaron a dominar la naturaleza, pero la redujeron, la simplificaron a tal punto que ante una realidad compleja, dudamos de la complejidad y no de la eficacia del instrumental.
La realidad de la que nos habla García Márquez, es la realidad de la América profunda, y sus relatos no sorprenden a personas que habitamos los arrabales nacionales que algunos denominan interior. Yo también fui un chiquilin desorientado y cuando mi abuelo me relataba esos acontecimientos, no creía y me enojaba porque decía que estaba mintiendo. Una vez perdió un ojo y no encontraba la puerta del corral porque estaba del lado del ojo que no tenía, hasta que lo encontró enganchado en un espinillo, se lo llevó a la madre que se lo colocó y zurció con aguja e hilo y entonces pudo volver a ver. También se encontró una noche de tormenta con el diablo, transfigurado en chancho que lo saludó diciéndole “que tal”, y otra vez fue atacado por el lobizón; y tenía un caballo que podía saltar un arroyo; que le regaló su padre cuando tenía siete años. Para que sea suyo tuvo que domarlo mientras su progenitor, un vasco cruel y bruto, revoleaba el arreador ordenando “no afloje compadre”. Entonces, si la realidad podía ser tan rica en crueldad hacia un niño, porque no podría serlo en situaciones maravillosas. Hasta que mi viejo se lo prohibió, mi mamá nos relataba todas las noches sus cuentos de aparecidos que, casi nunca, eran el mismo, y mientras vivió en Antonio Tomás, todos los días de tormenta, ella, sus hermanos y algunos vecinos, vieron cómo el espíritu de su hermanos muerto se revolcaba en el cruce donde lo aplastó el tractor cuando volvía de un baile, poniendo de manifiesto que aquello no había sido un accidente.
En muchas provincias se convive con entidades que no son tan palpables como la inseguridad, la inflación y el riesgo país, pero conforman nuestra realidad. Cualquiera sabe que a la siesta no hay que ir al monte, que el Gauchito Gil y el Làzaro Blanco te auxilian, por mencionar sólo algunos, los más difundidos.

Cientos de historias que hablaban y hablan de una realidad que tal vez abandonamos en nombre de la civilización y sacrificamos en el altar de las cosas; y García Márquez, las escribió para que no se perdieran, para que quedara testimonio de que en el mundo, existen personas que conviven con realidades mucho más complejas y simbólicas.        

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