Realismo mágico es una frase que me incomoda, casi tanto
como cuando le dicen “Gabo” a Gabriel García Márquez, personas que apenas lo
leyeron. ¿Que Gabo, boludo? no es tu amigo, no te juntas los viernes con él a
tomar una cerveza, es uno de los mejores exponentes de la literatura
latinoamericana del siglo XX. Esa forma adolescente de banalizar lo importante,
de tratar de hacer cotidiano y mundano lo que no lo es, tan propio de los
adolescentes y de estos tiempos, donde la soberbia es condenada como un defecto
y patrimonio exclusivo de la fuerza y no de la inteligencia, como que festeja
lo mediocre.
Decía que realismo mágico me incomoda porque coloca a los
relatos que se inscriben en esa especie de caracterización en un lugar fuera de
la realidad, cuando de lo que estamos hablando es de otra forma de realidad. Una
realidad que fue desplazada de su centro por efecto de la colonización cultural
donde la intuición y la percepción fueron reemplazadas por la medición y la
certeza. Entonces los hombres creemos más en los instrumentos de medición y
observación que la ciencia inventó para ampliar nuestra apropiación del
entorno, que en la complejidad de la realidad misma. Es cierto, la ciencia, sus
métodos e instrumentos, nos ayudaron a dominar la naturaleza, pero la
redujeron, la simplificaron a tal punto que ante una realidad compleja, dudamos
de la complejidad y no de la eficacia del instrumental.
La realidad de la que nos habla García Márquez, es la
realidad de la América profunda, y sus relatos no sorprenden a personas que
habitamos los arrabales nacionales que algunos denominan interior. Yo también fui
un chiquilin desorientado y cuando mi abuelo me relataba esos acontecimientos,
no creía y me enojaba porque decía que estaba mintiendo. Una vez perdió un ojo
y no encontraba la puerta del corral porque estaba del lado del ojo que no tenía,
hasta que lo encontró enganchado en un espinillo, se lo llevó a la madre que se
lo colocó y zurció con aguja e hilo y entonces pudo volver a ver. También se encontró
una noche de tormenta con el diablo, transfigurado en chancho que lo saludó
diciéndole “que tal”, y otra vez fue atacado por el lobizón; y tenía un caballo
que podía saltar un arroyo; que le regaló su padre cuando tenía siete años.
Para que sea suyo tuvo que domarlo mientras su progenitor, un vasco cruel y bruto,
revoleaba el arreador ordenando “no afloje compadre”. Entonces, si la realidad
podía ser tan rica en crueldad hacia un niño, porque no podría serlo en situaciones
maravillosas. Hasta que mi viejo se lo prohibió, mi mamá nos relataba todas las
noches sus cuentos de aparecidos que, casi nunca, eran el mismo, y mientras
vivió en Antonio Tomás, todos los días de tormenta, ella, sus hermanos y algunos
vecinos, vieron cómo el espíritu de su hermanos muerto se revolcaba en el cruce
donde lo aplastó el tractor cuando volvía de un baile, poniendo de manifiesto
que aquello no había sido un accidente.
En muchas provincias se convive con entidades que no son tan
palpables como la inseguridad, la inflación y el riesgo país, pero conforman
nuestra realidad. Cualquiera sabe que a la siesta no hay que ir al monte, que
el Gauchito Gil y el Làzaro Blanco te auxilian, por mencionar sólo algunos, los
más difundidos.
Cientos de historias que hablaban y hablan de una realidad
que tal vez abandonamos en nombre de la civilización y sacrificamos en el altar
de las cosas; y García Márquez, las escribió para que no se perdieran, para que
quedara testimonio de que en el mundo, existen personas que conviven con
realidades mucho más complejas y simbólicas.
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